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sábado, 20 de noviembre de 2010

Presentación de “El hombre que mató a Durruti”, de Pedro de Paz, por Paco Gómez

La primera parada que hice al llegar a la calle Guzmán el Bueno fue en Malvasía, un garito con cierto encanto por la cantidad de cachivaches que alberga como parte de la decoración. Me pedí una tónica para calmar el estómago que no vivía sus mejores momentos por culpa de unas lentejas. Pagué con un billete de 50 euros y el camarero me dijo que no tenía cambio, que ya se lo daría otro día. Le dije que no era del barrio y me comentó que le daba lo mismo, detalle que me hizo reflexionar por poco habitual.

Diez minutos más tarde, me encontraba frente a los escaparates de la librería“Estudio en Escarlata” viendo libros, que merece la pena. Lo que no merecía tanto la pena era pasar el frío que pasé por terminar de fumar un cigarro, pero así son las cosas.

Por fin entré y, al bajar las escaleras me encontré con Pedro de Paz, el autor del libro objeto de la presentación, y con Jorge Díaz, maestro de ceremonias, que se encontraban charlando con el nieto del sargento Manzana, el militar que, junto al chófer, estaba presente cuando esa dudosa bala atravesó el cuerpo del comandante Durruti. Saludé a los dos escritores y, por fin, lo prometido es deuda, le pasé a Pedro el último CD de 1001 Tiro, el grupo de mi hermano. Fue también un gusto saludar al último premio de Novela de “Getafe Negro”, Paco Balbuena, un hombre que me cae estupendamente por la modestia con la que va por ahí después de haber ganado tantos premios y con el que todavía me quedaba una buena conversación después del acto. Me senté en primera fila con el cronista y escritor Enrique Bienzobas, inconfundible con sus ademanes y sus sombreros.

La presentación comenzó con las notas graves de la voz de Jorge Díaz flotando por ese habitáculo entrañable lleno de libros policíacos que es el sótano de la librería. El guionista, y autor de “Los números del elefante”, había hecho los deberes. No sólo demostró haber leído la novela atento a los muchos detalles y connotaciones que la misma alberga, sino que se había estudiado concienzudamente la biografía de Durruti. Nos hizo su particular dibujo del personaje y cedió la palabra a Pedro de Paz, que nos explicó cómo concibió la novela, fruto de su pasión por la Guerra Civil Española y el periodo histórico que la precede y la sucede. Nos contó cómo la figura de Durruti le llegó cuando estaba concibiendo la novela, que iba a tratar sobre la Guerra Civil, pero que, si se hubiesen dado otras causas, hubiera sido otro el personaje, ya que incluso pensó en inventárselo. Pero Durruti se metió por medio y fue ganando fuerza en la medida que el escritor iba imaginando la historia, llegando a convertir a Pedro en un experto “durrutólogo”. En un momento dado, Jorge preguntó a Pedro que quién fue el hombre que mató a Durruti, metiendo en la pregunta el título de la novela en una de las genialidades de la noche del conductor del evento. Pedro contestó con los mismos argumentos que nos da en la novela. Novela que ha sido revisada de arriba abajo y aumentada con un ensayo que nos habla de otra de las facetas de Pedro, la de buenísimo ensayista. No hay que olvidar que ésta es su primera novela, con la que, sorprendentemente para él, obtuvo el premio “José Saramago”; que se publicó en su día, aunque con una baja tirada y escasa repercusión, pero con la anécdota de haber sido publicada en Inglaterra; y que ahora se ha reeditado de la mano de la malagueña editorial Aladena.

Tanto Pedro como Jorge siguieron ofreciéndonos datos de Durruti y de las circunstancias que rodearon su muerte. Pedro reconoció que, a día de hoy, sabe mucho más sobre la figura del anarquista y que también conoce más datos que invalidan algunas de las hipótesis aventuradas en el libro. Pero que, sin embargo, no ha querido cambiar ni una coma en la novela porque ha querido respetar su formato original.

Se habló de Durruti y de las circunstancias que llevaron a España a esa guerra fraticida e ¿inevitable? Puede que sí, puede que no. Lo cierto es que esa idílica república que actualmente añora más de uno no era tan paradisíaca como nos la quieren vender algunos. Y que las circunstancias no eran tan benévolas como para poder decir que los españoles vivían estupendamente. Fue un periodo convulso que desembocó en lo que todos ya sabemos.

Jorge hizo la pregunta que estaba en la mente de todos. Interpeló a Pedro sobre si tiene previsto dar continuidad a los dos investigadores protagonistas de la novela. Pedro contestó que sí ofreciéndonos una primicia agradable.

La guinda a la presentación la puso la presencia de la hija del sargento Manzana, que fue invitada por el escritor a la mesa y nos estuvo hablando de su padre. De cómo, cuando vio la guerra perdida, huyó a Francia por Perpiñán y se embarcó hasta Veracruz para establecerse finalmente en Méjico D.F. y convertirse, lo que son las cosas, en empresario de éxito (digo esto por la contradicción suprema que supone que un anarquista acabe convertido en empresario). Pero lo cierto es que el sargento Manzana era un hombre oscuro, en el sentido de que poco se supo de él y poco se sabe. Su hija, por el contrario, explicó que su padre nunca se escondió. Que era un hombre enérgico, de carácter militar, y que tuvo una vida social muy ajetreada entre la colonia de exiliados en la capital mejicana. En su casa y ante su familia, tenía prohibido hablar de la guerra. Pero ella le escuchó hacerlo en más de una ocasión con sus amigos refugiados. Un hombre que a las seis de la mañana levantaba de la cama a su familia a golpe de campana. Un hombre que, tras tener que dejar su país, se construyó una vida nueva en el Nuevo Continente, eso sí, con el miedo que deja el trauma sufrido por haber vivido y participado en una guerra cruel. Con el temor de que en Méjico hubiera otra guerra, convirtió su casa en una colección de escondrijos, por lo que pudiera pasar.

Me consta que a Pedro le han reprochado que no le preguntara a la hija por las sospechas existentes al respecto de que fuera el propio Manzana quien disparara a Durruti, bien por accidente, bien sirviendo a oscuros intereses. Pero era la presentación de una novela a la que ella acudió voluntariamente. No era el momento ni el lugar para convertir aquello en una tertulia a lo Belén Esteban; hay que ver lo que les gusta a algunos el morbo.

Terminado el acto se sirvió un vino y unos canapés. Os puedo decir que por allí andaban, aparte de los ya mencionados, David G. Panadero, Lorenzo Rodríguez, José Luis Muñoz (el fotógrafo, no el escritor), Antonia J. Corrales, Armando Rodera, etc. En definitiva, lo más florido de los ambientes literarios madrileños. Juan Escarlati me sorprendió mientras me ofrecía un trozo de empanada preguntándome que cuándo salía mi novela y le dije que en diciembre. Estaba yo pensando que cómo se había enterado el librero de tal evento. Parece que me lo leyó en los ojos y me explicó que José Ramón Gómez Cabezas había estado por allí y se lo había chivado. Gracias, compañero, por la promoción.

Si tuviera que contar aquí la de conversaciones que tuve en las postrimerías del evento me faltaría espacio. Sólo reseñar la ya mencionada con Paco Balbuena. Y que acabé tomando una caña en el bar de enfrente con Armando Rodera y su pareja y charlando con Jorge Díaz, que andaba por allí con un vino en la mano. Me enteré de cosas de esas que se hablan en petit comité, cosas de escritores y editoriales, pero que no se pueden decir aquí. De lo que más me alegré es de no haber podido charlar todo lo que me hubiera gustado con Pedro de Paz, porque eso significa que el escritor estaba ocupadísimo. Hay que tener en cuenta que no cabíamos en el sótano y que la gente estaba escuchando la charla desde las escaleras y desde la parte de arriba de la librería.

Al final, volví a pasar por Malvasía y me tomé otra cerveza para pagar la tónica y saldar deudas. Y acabé tocando la guitarra eléctrica con mi hermano y otros dos amigos en su local de ensayo. Pero ésa..., ésa es otra historia.

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