Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

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El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
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sábado, 29 de octubre de 2011

Reseña del poemario "SIGNOS DE UN OCÉANO LEGISLADOR", por Virtudes Reza




Hace tiempo que tengo la idea de hacer una reseña del libro “Signos de un océano legislador”, de Luis Ángel Marín Ibáñez. Pero las ocupaciones laborales han hecho que retrase este momento.
En todo este tiempo, he leído y releído muchas veces -no sabría decir cuántas- de principio a fin y de fin a principio, de una manera ordenada y desordenada todos los signos que el autor pinta en sus versos, deleitándome a cada lectura con nuevas perspectivas arquitectónicas.
Es un libro de poemas no al uso de la poesía que se ha hecho hasta ahora. Su autor Luis Ángel Marín Ibáñez es un magnífico poeta, que además es mi amigo, lo cual me llena de satisfacción.

“Signos de un océano legislador” llegó a mí desde las islas en septiembre, como una paloma, como una botella con mensaje. Un mensaje de poesía nueva, de poesía llena de lenguaje visual, de musicalidad engendrada en pentagramas de palabras perfectamente ubicadas. Cada palabra en un lugar y un lugar exclusivo para cada palabra.
La objetividad, me lleva a decir sin ninguna duda que estamos ante un incansable investigador y estudioso de las palabras y sobre todo un gran director de la ópera poética.
Luis nos lleva al ritmo de las olas de un océano que inunda de una estructura lógica-física toda la composición, a través de silencios cortos entremezclados con otros más largos. Nos desviste la realidad soberana a cada golpe de ola de una forma magistral, desvelando los secretos de lo seres navegando en los arquetipos entre lo divino, lo terrenal y lo infernal.
Una lectura altamente recomendable.















Imagen de la dedicatoria de Luis




Luis Ángel Marín Ibáñez nacido en Zaragoza en 1952, Licenciado en Filosofía y Letras por su ciudad natal, poeta de vocación tardía comienza a escribir en 1998, su primer poemario Romances del Alma, el cultural ABC lo define en estos términos «en estos versos Luis Ángel Marín se erige como el creador por antonomasia, crea y recrea, su universo poético se fragua como acontecimiento único "detiene el Tiempo en caracolas de agua"». Su segundo poemario Concierto de las horas pensativas por su originalidad y gran calidad fue presentado en el Ateneo de Madrid, invitado por el Círculo cultural del mismo, en él funde la razón, el ensueño y el delirio -realismo, surrealismo y creacionismo-- en un crisol que denomina Integracionismo a través de una técnica ultraísta, donde el simbolismo así mismo es un elemento fundamental, El tercer libro Los atabales del Silencio es un doble poemario, la primera parte «Del Silencio a la música» mantiene el proceso de integración con el Silencio y la música como elementos fundamentales, mientras que el segundo «En la frontera de lo no visible», hay una unidad en su conjunto de corte existencialista, y su expresividad es más sobria, más lacónica. El poemario El imperio del Haiku, está presidido por el simbolismo y el intelecto. Epifanía de las altas pertenencias y sonetos del hechizo incandescente, es un doble poemario, donde el «Integracionismo » florece con todos sus laureles. Ha sido ganador del premio de poesía «Platero» de la Organización de Naciones Unidas 2006, al libro en español, con el poemario Fragmentos de un mar que no es azul, Premio Association Internationale «La Porte des Poétes» de Paris, Premio «Camino Literario, 2008» de la editorial Novelarte en Argentina. Premio Latin Heritage Foundation de Estados Unidos. Premio del Instituto Cultural Latinoamericano de Buenos Aires. Premio Centro de Escritores Nacionales de Argentina 2009. El último poemario Trivium, son tres conceptos de escritura. Integrante de varias Antologías de la lengua española.

domingo, 23 de octubre de 2011

Fin de semana mágico en Barcelona, por Paco Gómez


Llegué a Barcelona en AVE a las 17.30 horas. Mi amiga, la escritora y periodista Cristina Fallarás, me esperaba en el hotel. Tras los saludos de rigor me llevó a tomar una caña al hotel Rívoli y me presentó al camarero, un hombre de color con voz de Louis Armstrong con un pasado relacionado con los mejores cócteles que se sirvieron en el Ritz.

Atravesando las Ramblas, llegamos a El Corte Inglés de Portal de l’Angel. Había en la puerta un cartel en grande anunciando la presentación de “El círculo alquímico”, del escritor Paco Gómez Escribano, o sea, del que escribe estas mismas líneas. Me fotografié junto a él para llevarme el recuerdo. Ya en la sexta planta, nos dirigimos hacia el salón de actos de Ámbito Cultural, en donde había un cartel idéntico al anterior. Tras saludar a mi hermano y a algunos amigos conocidos a través de Facebook me subí al estrado. Abrió el acto Nuria Asprerilla, en representación de la agencia Mediática, que es quien organizó el acto. Y bien preparado que lo llevaba, ya que quedé gratamente sorprendido de cómo sabía los datos de mi biografía.

Tomó la palabra después Cristina Fallarás, que desmenuzó mi novela y la puso por las nubes, insistiendo en la amenidad de la trama y en la caracterización de los personajes. A esas alturas yo ya estaba inflado como un pavo y pensaba que después de la intervención de estas dos estupendas mujeres, no tenía mucho yo que decir. Me equivocaba. Porque Cristina, además de periodista, escritora y muchas cosas más, es una estupenda comunicadora.

Consiguió interesar al público tanto, que entre sus preguntas se intercalaron otras expresadas por la gente que allí se había reunido, haciendo que el acto fuera ameno. Al término del mismo, volvimos al Rívoli. Ella, el escritor Pedro de Paz, que se había pasado porque circunstancialmente él presentaba su novela al día siguiente en “Negra y criminal”, mi hermano y mi cuñada, y todos los amigos que decidieron acompañarnos.

Posteriormente, un grupo ya más reducido, cenamos en la Taberneta. Una velada que, aparte de charla literaria, no estuvo exenta de buenas viandas y un magnífico vino del Penedés. Más tarde hubo copas por las Ramblas.

A la mañana siguiente me levanté aún con el buen gusto del recuerdo entrañable de la presentación. Desayuné, pagué la cuenta del hotel, y me dirigí en taxi a la calle de la Sal, que acoge el domicilio de la emblemática librería “Negra y criminal”. Los libreros me trataron bien. Me regalaron la típica camiseta negra de la librería y me hicieron la sesión de fotos. Me encontré con Alejandra Guerra, ávida lectora, y con Pedro de Paz. Nos tomamos una caña en la terraza del mercado. Ella se fue luego a dar una vuelta y Pedro y yo nos dirigimos a la librería. La imagen que nos encontramos al llegar nos sobrecogió un tanto, ya que una gaviota picoteaba el cuerpo mutilado de una paloma en la misma puerta de la librería. Inevitable pensar en “Los pájaros”, de Alfred Hitchcock en un marco tan criminal.

Poco a poco la librería se fue llenando de lectores y escritores, como la propia Cristina Fallarás, el mismísimo Andreu Martín, y Empar Fernández, que fue la que ejerció de madrina en la presentación de “La senda trazada”, de Pedro. La librería estaba llena y Pedro firmó de lo lindo. Al término del acto se sirvieron los típicos mejillones al vapor y el vino. Me despedí de Paco Camarasa y de Montse no sin antes encargar la nueva de Petros Markaris, que pasará a firmar esta semana. Me encanta este autor que en el trasfondo de su nueva obra sitúa la crisis griega como escenario de las andanzas del teniente Kostas Jaritos.

Estuvimos comiendo en un restaurante en que nos sirvieron unas tapas estupendas. Mención especial para las alcachofas con foie y el vino blanco espumoso. Hasta la hora de irnos a la estación, nos sentamos en una terraza en compañía de unos chupitos de hierbas para dar paso, finalmente a las despedidas. Pedro y yo volvimos en el mismo AVE e hicimos más de una incursión en la cafetería.

La experiencia ha sido de lo más enriquecedora, en una ciudad que tiene magia y que espero volver a visitar muy pronto.

domingo, 16 de octubre de 2011

“La senda trazada” en Getafe Negro, por Paco Gómez


“La senda trazada”, de Pedro de Paz, como si su título fuera un preludio de los kilómetros que le esperan al escritor por toda España, hizo ayer parada en Getafe Negro, después de pasar por Málaga, Bilbao y Santiago de Compostela. Mi despiste crónico a veces me juega malas pasadas y como si no supiera de otros años el emplazamiento de este festival que nos alegra el otoño, acabé en Pozuelo de Alarcón para terminar dando la vuelta e incorporarme a la carretera de Toledo, como debía haber hecho desde el principio. Una vez que aparqué me encontré con Pedro de Paz y con una de las simpáticas chicas de la organización (mi despiste hace que sea muy malo para los nombres) y tomamos café en la calle peatonal que conduce al recinto. Antes de la presentación nos encontramos con Juan Carlos González, ávido lector, y con el también escritor y amigo Javier Márquez, y para celebrarlo nos tomamos unas cañas.

Ya en los alrededores de la carpa, Pedro estuvo departiendo con José Manuel González, autor del libro de relatos “Piel de plátano”, que compartía presentación con él. Llegada la hora nos subimos a la mesa, dispuestos a dar a conocer “La senda trazada” al público de Getafe. Primero hablaron José Manuel y su editor. Después me cupo el honor de hacer una semblanza alrededor de la figura de Pedro de Paz como escritor, para terminar hablando de su novela, que como ya comenté aquí me encantó. Seguramente los críticos profesionales dirán de esta novela galardonada con el Premio Luis Berenguer, patrocinado por Algaida, que es la mejor, que Pedro ha alcanzado su madurez como narrador, y un montón más de tópicos al uso. A mí, sin embargo, me cuesta decir que es la mejor de las cuatro novelas con las que hasta ahora nos ha obsequiado el madrileño, ya que las tres anteriores son también soberbias. En cuanto la madurez narrativa, bajo mi punto de vista, Pedro de Paz es un escritor un tanto insólito, ya que no es muy habitual que un escritor novel la alcance ya en su primera novela, “El hombre que mató a Durruti”, galardonada con el Premio José Saramago. Una madurez que continúa presente en “Muñecas tras el cristal” y en “El documento Saldaña”.

Lo que no me cabe la menor duda, en función de las buenas críticas cosechadas y viendo cómo está funcionando la novela, es que “La senda trazada”, quizá vaya a ser el libro que más se venda y el que va a consolidar al autor dentro del panorama literario español, y ojalá que también lo haga fuera de nuestras fronteras.

Pedro habló para sus lectores presentes en el acto de su trayectoria y de su última novela, que era lo que esperaban los allí reunidos. Y se definió como un escritor de novelas de intriga que adopta en más de una ocasión los cánones de géneros como el policíaco, tan afín a él como lector.

La charla terminó con la firma de ejemplares por parte del autor. Después, ambos marchamos hasta una terraza cercana, junto a Javier Márquez, Juan Carlos González y la incorporación del buen amigo José Manuel Ribeiro. Una de las cosas más agradables de estos actos son las tertulias posteriores.

Pedro de Paz volverá a Getafe en la mañana del próximo miércoles 19 de octubre, en donde intervendrá en una mesa redonda titulada “Actualidad y claves de la Novela Negra”junto a Willy Uribe, María Zaragoza y José Ramón Fernández, con Carlos Salem como moderador. La reunión tendrá lugar en el aula audiovisual Buero Vallejo, de la Universidad Carlos III. Por la tarde firmará ejemplares de “La senda trazada” en la caseta de El Corte Inglés, situada en los alrededores de la carpa del encuentro.

El autor cerrará la semana presentando su última creación en la emblemática librería de Barcelona “Negra y criminal”, a las doce de la mañana, en donde le acompañaré en esos ya típicos mejillones de los sábados, ya que se da la coincidencia de que el día anterior yo presento mi novela “El círculo alquímico” en El Corte Inglés de l’Angel. A partir de ahí, la novela de Pedro continuará por la geografía española recorriendo su propia senda trazada.

viernes, 14 de octubre de 2011

Mi banco del parque (45), por Paco Gómez

Me he pasado la vida luchando, dedicando demasiado esfuerzo a vivir para los rendimientos que he conseguido. Por eso estoy cansado y vengo cada noche a mi banco del parque en donde nadie excepto yo mismo me recrimina nada. He encontrado a la mejor compañera, la soledad, que me mira con ojos expectantes mientras enciendo un cigarrillo. No tengo nada que contarle y ella lo asume. Mis miserias resbalan por mi piel mientras contemplo la luna en cuarto creciente y el viento acaricia mi rostro pálido. La hojarasca inicia su dinámica bailarina, la lechuza ulula, los grillos desplegan su monótono canto y las sombras y los espectros pueblan este parque desierto: todo está en su sitio menos el interior del alma errante en la que me he convertido. Converso conmigo mismo en un sinsentido de ideas que danzan alborotadas en mi cabeza. El día que llegue al silencio interior dejaré de venir a este banco. Puedo tardar toda una vida de avatares incontrolables. Puedo transformarme en un espectro antes de que llegue el silencio. Quizá un día, será otro tipo el que se siente en este banco y yo seré una sombra. Quizá las sombras y los espectros han sido predecesores míos que un día estuvieron aquí, sentados en este banco del parque, y que se cansaron de ser seres humanos. La soledad me susurra al oído una letanía que se traduce a palabras en mi mente. Me dice que no piense en cosas inútiles. Pero yo no sé hacer otra cosa.

jueves, 13 de octubre de 2011

Mi banco del parque (44), por Paco Gómez

La cordura es una cualidad humana inagotable. Así debe ser porque cuando creo perderla por completo siempre queda una mínima reserva que te hace caminar por la vida, aunque sea por su lado salvaje. Es esa pequeña cuota de sensatez que te hace dirimir lo que está bien y lo que está mal independientemente de si es o no correcto. No sé si es sensato venir cada noche a este banco del parque para compartir tiempo y espacio con un ente que dice llamarse soledad mientras veo danzar sombras y espectros. Seguramente rebasé una línea hace tiempo, un punto de no retorno que me hace venir aquí y desnudar mi alma. Enciendo un cigarrillo después de tocarme el ala de mi sombrero para saludar a mi dama. Ella hace el mohín que indica que se alegra de verme, incluso me reprocha que hoy he venido más tarde. Sus palabras suenan rebotando en las paredes de mi espíritu atormentado y maltrecho. Suena una música lejana de cuando todavía era un hombre; una música que solo yo escucho en los momentos menos indicados. Una lágrima resbala por mi mejilla y caería al suelo si no hubiese quedado atrapada en mi barba de tres días. Mis reflexiones son inservibles en esta noche sin luna y sin viento. El parque vuelve a parecerme un cementerio sin tumbas que huele a muerto. Me quito la ropa y la arrojo contra las sombras. Huyen despavoridas como si fueran un enjambre de abejas enloquecidas, pero vuelven y me rodean. Me recriminan mi actitud. Me invitan a bailar con ellas su danza macabra sin sentido. Pero esta noche no estoy para bailes. Esta noche llena de silencio mis entrañas. Apago el cigarrillo y me tumbo sobre la tierra. Este cementerio ya tiene su tumba y su muerto.

lunes, 10 de octubre de 2011

Mi banco del parque (43), por Paco Gómez

La soledad está sentada en mi banco del parque. La observo desde lejos, escondido tras el tronco de un pino. Su incertidumbre crece a medida que pasa el tiempo y no aparezco. Enciendo un cigarrillo y reflexiono unos instantes sobre el apego. Estoy apegado a ese banco y la soledad está apegada a mí. Puede que yo también acabe apegado a ella aunque de momento no lo estoy, ¿o sí? La luna señala un camino de plata hacia ninguna parte y la brisa acaricia con dulzura la tierra que alberga la danza de las hojas del otoño. Apago el cigarrillo y me dirijo hasta el banco. La soledad ni me mira y vuelve la cabeza con gesto altivo. Empiezo a conocerla y veo que es muy posesiva; eso no es bueno, pero cada uno es como es y obedece a su naturaleza. Mi naturaleza es caótica y mi alma está atormentada por vicisitudes vitales que ya no recuerdo. Mi memoria es frágil y yo escondo mi sensibilidad bajo una fachada de ladrillos que se desmorona cada noche, que me permite ver sombras y espectros que me saludan como a un amigo. Tomo la mano de la soledad y le digo que ya está bien, que no es para tanto. En el fondo es un encanto porque me ha sonreído y está bailando para mí. Nunca lo había hecho. Su danza me hipnotiza.

sábado, 8 de octubre de 2011

Mi banco del parque (42), por Paco Gómez

Las vaguedades surgidas del no silencio de mi cerebro forman un amasijo de ideas que como una marquesina de pensamientos me guarecen al socaire del viento. Mis pasos son tan mudos que mi cuerpo parece pender de un dogal invisible. Me acomodo en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo para escuchar cariacontecido y perplejo el donoso ulular de la lechuza y el recurrente canto de los grillos. Esta noche es cálida en contraste con mi gélido interior. La soledad acaba de acomodarse a mi izquierda muda e inexpresiva junto a mi falaz mansedumbre. Intento apartar mis ideas con violencia cual miriñaque de locomotora enloquecida. No logro alcanzar el silencio por más que me lo propongo y me empecino. Los pensamientos son trocables por cualquier falacia ridícula, pero inamovibles. Esta noche no hay luna ni estrellas en cuya luz bañar este rostro cansado. Exhalo hacia el vacío el humo de mi última calada para sufrir en silencio el plomizo estado de ánimo que me atenaza. La soledad se marcha. Ha intuido que esta noche estaré poco aquí y se me ha adelantado. Me levanto y me pierdo en este cementerio sin tumbas. Ya no diviso mi banco. No veo el horizonte. Solo atisbo la nada más absoluta y demoledora.

jueves, 6 de octubre de 2011

Mi banco del parque (41), por Paco Gómez

La noche se me presenta vestida con una túnica de tafetán negro moteada de estrellas. La lluvia se ha llevado la polución y los malos pensamientos. De ahí que la luna proyecte sobre mi banco del parque una luz clara que hace que la soledad esté embelesada con la cúpula celeste. Enciendo mi cigarrillo y me dedico a contemplar el claro que se abre ante mis ojos. Mis reflexiones siguen siendo pesadas, inútiles y correosas. Con mis ojos puestos en el astro nocturno lanzo una deprecación dirigida a un ente imaginario. No obtengo respuesta; tampoco lo esperaba. Empaco mis sentimientos en un baúl ficticio y echo la llave de un candado piadoso. Mis pensamientos son una escisión de un espíritu que poco a poco se disocia. No soy un buen interlocutor de nada y mi actitud resultaría vergonzosa para mi prosapia en cualquier caso, pero no me importa en absoluto porque aquí finaliza un linaje. La soledad me susurra algo ininteligible y aun así su rostro me dice más que las palabras que tengo que escuchar durante el día. Me interno en la noche de su mano y cuanto más nos alejamos del banco más frágiles nos sentimos. Regresamos a punto de desintegrarnos en la nada y al sentarnos nos miramos como lo hacen los desconocidos. Y sin embargo las sombras nos recuerdan nuestro vínculo mientras las hojas se mueven despacio, como levitando, llevando cada una a su grupa las reflexiones que se me han escapado durante este tiempo de meditación atormentada.

lunes, 3 de octubre de 2011

La poesía del fracaso, por Paco Gómez

Parafrasear al maestro Sabina me viene de perlas cada vez que hablo de mi barrio. “Mi barrio no es ninguna pradera”, sí, al menos no lo fue para la gente de mi generación. Ahora es distinto. Los niños juegan a la Nintendo, van al cole todos y no han conocido la miseria de unas calles sin asfaltar, alumbradas por farolas inexistentes. En cada esquina hay una esquela con un epitafio mudo; quizá convenga aclarar que esas esquelas están, pero en mi memoria, que no consigue borrar las muertes de toda una generación a manos de la heroína o en tiroteos que tenían que ver con la heroína o con el dinero, o con la miseria.

El barrio también está plagado de anécdotas que podían haber sido planos de películas de Berlanga, pero también de Fellini. Como cuando el Elías, presa de un mono considerable, no tuvo otra ocurrencia que bajar a robar al Banco Central, el banco de toda la vida al que iban sus padres. Lo hizo con un cuchillo de los de punta redonda. Finalmente, los empleados, iba a decir que lo redujeron. No hizo falta, pues la cosa se arregló con unas palmaditas en el hombro y con un “venga Elías, no hagas tonterías y tómate la medicación”. O como cuando el Kilo salió del cine Covadonga, sala en la que se podían ver películas como “Dios salve a la Reina” y, en general, musicales de Deep Purple, Rolling Stones o Led Zeppelín. Tiempos aquellos en los que se fumaba en la sala y se bebían litros de cerveza. Cierto es que desde el gallinero llovían los cascos y los escupitajos, con más de un escalabrado visitando la Casa de Socorro (hoy en día extinguidas, por lo menos el nombre). Pero decía que el Kilo fue al Covadonga con su dosis de tripi en el cuerpo. Y al salir se encontró mal. Entró al Metro y empezó a ver a la gente con cabezas de toro, de pollo, etc. No pudo soportar la paranoia y se desmayó. Cuando despertó, estaba en el Alonso Vega entubado, empastillado y alucinado. De allí se llevó una incapacidad permanente y un certificado bajo el brazo que decía “ahora comienza el principio de una ruina, la ruina de tu vida”. Sospechosamente, el desvalijamiento de cabinas telefónicas en la sierra cesó al mismo tiempo que el Kilo se recuperaba en el hospital.

No hace mucho recuperé una amistad de la niñez. Javi el del cutter y yo teníamos un grupo musical cuando teníamos 16 años. Nos separamos y él decidió transitar el lado salvaje de la vida. Decidió experimentar lo que se siente siendo yonki, alcohólico y politoxicómano. En aquella época se cruzaba conmigo por la calle y no me saludaba porque no me conocía. Ahora está bien, porque logró robarle al demonio las llaves de la puerta del Infierno y escapó. El que siga siendo acólito de las barras de bar en sesión continua es un mal menor. Hemos retomado la amistad y hemos vuelto a juntarnos los del grupo, cada uno con nuestra colección de sucesos vitales. Este verano, Javi el del cutter incluso se llevó mi novela a Gredos y la leyó. Veranea allí de ocupa en refugios y no se gasta ni un pavo, que por otra parte, tampoco tiene. Y cada verano, acude a ese paisaje buscando la belleza y la soledad, y las veladas con su amigo Joselito, al que echaron de la alcaldía del pueblo porque una tarde salió a la calle y se lió a tiros. Como sé que os estaréis preguntando por el apodo del Javi, os diré que hace un año estaba yo con él y con su hermano en un garito de Quintana a altas horas de la noche. Hubo unos colombianos que se quisieron divertir a nuestra costa, siendo como éramos nosotros tres y ellos unos doce. Javi sacó su cutter y le metió a uno en el cuello. No, no os asustéis, no pasó nada, los colombianos terminaron por invitarnos a unos chupitos de whisky.

El otro día vi al Lorenzo, y a este sí que hacía que no lo veía hace 30 años, desde que terminamos la E.G.B. Resulta que era el vigilante de la boca de Metro de Torre Arias. Ambos nos alegramos de vernos. Lorenzo y yo fuimos muy amigos de críos. Ya apuntaba maneras entonces. Consiguió no aparecer por el cole dos meses haciendo creer a los profesores que estaba enfermo. Cuando se descubrió la mentira, su padre le metió una curra de la que aún le duelen los golpes. Lorenzo vivía en la zona de Canillejas en donde habitaban todos los delincuentes, y los conocía. Nos libró en más de una ocasión de una sirla. Y cuando hacíamos las fiestas del colegio y los manguis venían a reventárnolas, que el Lorenzo estuviera allí era toda una garantía. Aún recuerdo una hostia que le metió al Pirri (que en paz descanse), que podía competir en calidad con las que metía Bruce Lee en las pelis. Nos contamos brevemente nuestra vida. El Lorenzo ha ido peregrinando de curro en curro, a cual más precario. Y me dijo que había vivido con una piba muchos años, de los cuales los últimos fueron un infierno. En vez de separarse, ella se fue con sus padres y él con los suyos. Ahora están viviendo una segunda luna de miel.

Cuando quiero ver a los antiguos colegas, paso por la bodega del Suso. Es agradable tomar un vino y un pincho de tortilla. Allí se juntan los jubiletas que lo son por edad y los que lo son de forma prematura, por esquizofrenia, mayoritariamente, debido a las drogas y al alcohol. Lo mismo hablan de toros, que de política, que de fútbol, que de filosofía. En la bodega del Suso no se cita a Nietsche ni a Ortega, por poner dos ejemplos, para afianzar argumentos. Nadie sabe quiénes son esos dos señores, bastante tienen con lo suyo. Allí se habla con la sabiduría que otorga el fracaso (ahora parafraseo al gran Robe Iniesta que también me viene de perlas), que no es poca. El otro día vi al Javi el cabezón, apelativo tan cariñoso como cruel que le regalamos los compañeros en la E.G.B. El cabezón nunca fue un alumno brillante, pero era amigo de sus amigos. También le perdí la pista, aunque bien es cierto que me lo encontré tres o cuatro veces en conciertos que siempre eran de los Burning. El cabezón sacó el Graduado Escolar por los pelos, y se colocó en la misma sala de bingo en la que curra hoy, más de treinta años cantando aquello de “trece, uno tres”. Cuando le vi, su barriga y su pelo blanco me indicaron que la vida tampoco es que hubiese sido muy generosa con su aspecto. Resulta que también ha leído mi novela. Pero lo más curioso es que me dijo que se iba a Colombia a casarse con una colombiana que había conocido en Cuba. Se marchaba con un colega, que se casaba también con una amiga de su chica. Le vi ilusionado, con toda la ilusión que se puede reunir a los cuarenta y cinco, eso sí.

Hace mucho que tenemos farolas en el barrio; y aceras. Hay hasta bancos y comercios. Y parques en donde los niños juegan tranquilamente. Cuando yo poblaba estas mismas calles en mi niñez, jugábamos a matar ratas, algunas como conejos de grandes. Y a esquivar navajas y jeringuillas. Era otra historia.