En cada salón de cada familia hay un televisor. Y la televisión influye decisivamente en las líneas de pensamiento de cada uno. El invento es genial pero el uso que de él se hace es deplorable. Nos meten programas que no interesan en absoluto pero que, al parecer, acaban interesando mucho porque tienen las mayores audiencias. Antes había periodistas del corazón. Pero es que ahora, cada programa, mete su sección del corazón, llenando la pantalla con personajes absurdos y vacíos que no tienen nada que decir y que sin embargo no paran de hablar y de chillar. Y lo que es peor, crean ídolos de barro que acaban siendo referentes para niños y jóvenes que aspiran a ser belenes estéban o lekios. ¿Dónde han quedado programas como “La clave”? Sencillamente, han desaparecido.
La telebasura es nociva y, como tal, debería estar regulada. No aporta nada, ni intelectual ni humanamente. Convierte a gente sin oficio conocido, incultos, mezquinos y caraduras en referentes nacionales de ciudadanos que, estoy seguro, ven esos programas porque no hay otra cosa en la televisión. Desde luego, en ciertas franjas horarias copan las programaciones. Y no me vale el argumento de que a la gente le gusta eso y no otra cosa. Nunca como ahora se han publicado más libros, ni ha habido tanta oferta de cine y de teatro, ni ha habido tantas webs con contenidos interesantes, será por algo.
Luego nos quejaremos de que escasean los médicos y los arquitectos y de que estamos a la cola en Educación. Arreglen las cosas, señores políticos. Trabajen, que para eso cobran. Regulen las programaciones y reformen de una puñetera vez la Educación. Porque..., no todo vale.
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