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viernes, 4 de noviembre de 2011
Mi banco del parque (46), por Paco Gómez
Esta noche me rodean los fantasmas de tiempos pasados. Los he invocado con mis pensamientos estériles y ahora que los tengo delante no sé que hacer excepto presentarles a las sombras y a los espectros. La soledad ha declinado mi invitación. No obstante fue ella quien me inculcó el no querer conocer a nadie más. Enciendo un cigarrillo mientras contemplo la espectral procesión de mis fantasmas en retirada. Son demasiado etéreos y vanidosos como para danzar con las sombras. Vuelve a haber luna llena y las criaturas de la noche están en su apogeo. Los grillos no paran de emitir su monótono sonido y las lechuzas ululan desde cada copa de árbol que ocupan. Contrariamente a mí, a la soledad no le gusta la luna llena. El parque está lleno de vida y ella prefiere la compañía de la muerte. Yo también, pero soy lo suficientemente contradictorio como para sentirme bien en diversas circunstancias, aunque lo de sentirse bien sea un eufemismo. Contemplo la luz blanca que se derrama como una cascada sobre el césped. Intento incorporarme pero no puedo. Esta noche me pesa la vida más que nunca. La melancolía lucha por salir a través de mi pecho pero el opaco barniz de condena que rodea mi espíritu se lo impide. Me siento mal sentado sin poder moverme. Apago el cigarrillo en mi pecho y la nostalgia se escapa como un torrente. Me siento liberado. Observo el rostro de circunstancias de la soledad a lo lejos. Vuelvo a bailar con las sombras su danza macabra de cementerio.
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