Mi alma en pena,
en la calle de la Tristeza,
caminando inerte,
con un ramo de flores,
perseguido por la muerte,
flores recién cortadas y ya marchitas,
perseguido por horas muertas,
por sentimientos secos,
con la sangre seca
en las venas agrietadas,
con la melancolía por bandera,
con el fracaso metido muy dentro.
Me muero en un bar
de la calle de la Tristeza,
ahogo mi desazón entre penumbras,
entre misericordias fingidas,
entre sonrisas de compromiso.
Paseo y no hay viento,
parece que todo está muerto,
mi espíritu entra en zozobra,
garras que se me clavan en el alma,
negrura solitaria y espesa,
oídos invisibles de locura,
visiones que se adentran en la niebla.
Escucho una canción muy triste,
en la calle de la Tristeza,
llueven plumas que arden,
que me queman la memoria,
de un amor maldito.
Avanzo desnudo y solitario
por la ciudad muerta,
por las calles vacías,
veo mi propio cuerpo,
al otro lado de la calle,
demacrado, oscuro,
en la calle de la Tristeza.
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