El otro día me dejé una novela olvidada en un bar. Por la noche, al acostarme, la eché en falta y me volví loco buscándola por el apartamento hasta que me di cuenta del olvido y me acosté con la esperanza de recuperarla aunque, a decir verdad, no albergaba muchas expectativas porque el bar estaba lleno. Encima, era la última de Larsson y me dije que con el tirón mediático correspondiente..., en fin, que casi asumí que tendría que ir a comprarme otro ejemplar. Al día siguiente me pasé por el establecimiento a tomar un vermucito y a preguntar. El libro estaba, cosa que agradecí a los camareros, aparte de comentarles la poca ilusión que tenía de encontrar el libro la noche anterior. Para mi sorpresa se echaron a reír y me dijeron que quién se iba a llevar un libro, además tan gordo. Daban por supuesto que los intereses de los clientes habituales eran otros bien distintos y que los de ellos...: “como leemos tanto...” decía una camarera en plan socarrón. En fin, que me tomé el vermú y me fui de allí con “La reina en el palacio de las corrientes de aire” bajo el brazo, contento de haberlo recuperado y un pelín triste por lo que acababa de escuchar.
Desde luego, la gente que no lee no sabe lo que se pierde. Empezar a leer una novela nueva es un acto casi mágico, de los pocos que quedan en estos mundos de Dios. Yo siempre empiezo contemplando la portada, leyendo el título y el nombre del autor, contemplando su fotografía (si es de los que la lleva) y volviendo a repasar su biografía y la sinopsis de la trama. Una vez cumplido el ritual, abro el libro y me voy hasta la primera página: “Capítulo 1”, leo, y pienso en las horas tan felices que me esperan.
Abrir una novela es abrir una puerta, es empezar un viaje, es reunirse con uno mismo, es abrazar la soledad y el aislamiento esperado después de días de trabajo y preocupaciones, y estar dispuesto a disfrutar de paisajes, de personajes, de situaciones y de buenas formas a la hora de escribir, y de aprender.
Para mí el año empieza en septiembre, cuando empiezo con mi trabajo habitual. Paralelamente, suelo empezar a escribir una novela que termino en junio aproximadamente, depende. Y a partir de ahí y, durante el periodo de verano me dedico a devorar novelas. Ahora me encuentro en ese periodo que cito. Tras terminar de escribir mi novela, me esperan julio y agosto para leer todo lo que me dé la gana. Y me lo voy a pasar en grande, porque leer es eso, pasarlo en grande.
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