Le vi llegar al bar. Tenía ese aire de escritor que todavía no había publicado y que no lo haría jamás, salvo que se pagase la publicación él mismo. Pidió una caña y observé cómo escribía algo en una servilleta que arrugó y echó a la papelera. Pagó y se fue. No pude reprimir la curiosidad y rescaté la servilleta de entre los desperdicios. Leí la frase. Decía: "Adiós, mundo cruel. Aquí y ahora, perpetro mi suicidio literario. No volveré a escribir nunca. Me voy a casa a quemar mis manuscritos.". Pobre diablo, pensé. Lo extraño es que el texto estaba escrito con mi propia letra.
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