La noche se me presenta vestida con una túnica de tafetán negro moteada de estrellas. La lluvia se ha llevado la polución y los malos pensamientos. De ahí que la luna proyecte sobre mi banco del parque una luz clara que hace que la soledad esté embelesada con la cúpula celeste. Enciendo mi cigarrillo y me dedico a contemplar el claro que se abre ante mis ojos. Mis reflexiones siguen siendo pesadas, inútiles y correosas. Con mis ojos puestos en el astro nocturno lanzo una deprecación dirigida a un ente imaginario. No obtengo respuesta; tampoco lo esperaba. Empaco mis sentimientos en un baúl ficticio y echo la llave de un candado piadoso. Mis pensamientos son una escisión de un espíritu que poco a poco se disocia. No soy un buen interlocutor de nada y mi actitud resultaría vergonzosa para mi prosapia en cualquier caso, pero no me importa en absoluto porque aquí finaliza un linaje. La soledad me susurra algo ininteligible y aun así su rostro me dice más que las palabras que tengo que escuchar durante el día. Me interno en la noche de su mano y cuanto más nos alejamos del banco más frágiles nos sentimos. Regresamos a punto de desintegrarnos en la nada y al sentarnos nos miramos como lo hacen los desconocidos. Y sin embargo las sombras nos recuerdan nuestro vínculo mientras las hojas se mueven despacio, como levitando, llevando cada una a su grupa las reflexiones que se me han escapado durante este tiempo de meditación atormentada.
Páginas
jueves, 6 de octubre de 2011
Mi banco del parque (41), por Paco Gómez
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario