Las vaguedades surgidas del no silencio de mi cerebro forman un amasijo de ideas que como una marquesina de pensamientos me guarecen al socaire del viento. Mis pasos son tan mudos que mi cuerpo parece pender de un dogal invisible. Me acomodo en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo para escuchar cariacontecido y perplejo el donoso ulular de la lechuza y el recurrente canto de los grillos. Esta noche es cálida en contraste con mi gélido interior. La soledad acaba de acomodarse a mi izquierda muda e inexpresiva junto a mi falaz mansedumbre. Intento apartar mis ideas con violencia cual miriñaque de locomotora enloquecida. No logro alcanzar el silencio por más que me lo propongo y me empecino. Los pensamientos son trocables por cualquier falacia ridícula, pero inamovibles. Esta noche no hay luna ni estrellas en cuya luz bañar este rostro cansado. Exhalo hacia el vacío el humo de mi última calada para sufrir en silencio el plomizo estado de ánimo que me atenaza. La soledad se marcha. Ha intuido que esta noche estaré poco aquí y se me ha adelantado. Me levanto y me pierdo en este cementerio sin tumbas. Ya no diviso mi banco. No veo el horizonte. Solo atisbo la nada más absoluta y demoledora.
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sábado, 8 de octubre de 2011
Mi banco del parque (42), por Paco Gómez
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