Se sentaron en una terraza del bulevar,
dejando abandonados los sentidos,
dejando derrochar imaginaciones,
que va meciendo el viento,
meciendo hasta sucumbir,
tras sacudidas bruscas,
y hundir la sombrilla sin sol,
en el absoluto paraje de la desolación.
dejando abandonados los sentidos,
dejando derrochar imaginaciones,
que va meciendo el viento,
meciendo hasta sucumbir,
tras sacudidas bruscas,
y hundir la sombrilla sin sol,
en el absoluto paraje de la desolación.
Se sentaron en la terraza del bulevar Levante,
donde pierde su nombre la calle,
volando entre hojarasca,
entre vientos de desgracia,
esos que te dejan desnuda de calor,
y sin protección ante el látigo tempestuoso del este.
Final brusco,
para tan delicioso encuentro,
bofetadas de aire fuerte y cálido,
de día, de noche,
por la izquierda,
por la derecha,
por cada resquicio de cada trozo de piel,
en el mar liso y ajetreado,
del agua plana,
del agua rebelde,
que sucumbe ante la bravura,
del contratiempo enfrentado.
Final grotesco,
ser mecidos,
como vulgares espantapájaros,
vulgares títeres sin cabeza,
sin brazos,
sin piernas,
sin prendas que cubran la vergüenza.
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