¡Méceme, viento del sur!
Deshoja de sufrimientos mi alma atormentada,
y llévatelos lejos, muy lejos, en silencio.
No permitas que ella sufra, nunca,
porque entonces me enveneno,
y desato todos los demonios.
Si la veo llorar una vez más,
llamaré a gritos a los otros vientos,
para que provoquen tu ausencia perenne,
y no quiero, porque hasta ahora eras mi amigo,
pero ella es mi vida,
y no soporto sus lágrimas rodando por sus mejillas, me muero.
¡Mécela, viento del sur!
Despacio, con mimo, con tino, con delicadeza,
ella no merece otra cosa que no sean alegrías.
Si me haces caso, nunca jamás convocaré a los otros vientos,
y te seré fiel para siempre, y te dejaré mecernos por siempre.
¡Mécela, viento del sur!
¡Mécenos, viento del sur!
Mientras escribimos poemas a la sombra del naranjo.
Acaricia a la Niña Poeta y mece sus cabellos,
susúrrame historias de amor para escribirlas,
inspírame para que ella sólo sonría,
no soporto ver caer sus lágrimas por nada.
Y cuando el sol se oculte tras la montaña,
y tú refrenes la brisa en homenaje al atardecer,
nosotros miraremos la puesta de sol,
esperando sonrientes que nos vuelvas a mecer.
¡Mécenos, viento del sur!
Y susúrranos historias de amor antiguas.
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lunes, 9 de marzo de 2009
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