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martes, 30 de agosto de 2011
Mi banco del parque (17), por Paco Gómez
El parque rebosa de espectros mudos que ejecutan una danza inexistente. Me siento en mi banco y enciendo un cigarrillo pensando en días de rosas y versos. La soledad me mira resignada porque sabe que estoy cumpliendo designios de voluntades caprichosas. No hay luna. Ni siquiera se atisba una estrella. La luz mortecina de las farolas ni siquiera alcanza para ver más allá de mis pensamientos cansados. Mis lúgubres sentimientos parecen revestidos de una costra de melancolía imposible de traspasar. Pienso en versos malditos, pero ni aun así logro que mi estado de ánimo llegue al subsuelo. Siento una extraña calma, seguramente propiciada por mis nervios atrofiados para siempre. Exhalo el humo de la última calada mezclado con el vaho plomizo debido al frescor de la madrugada. Hay un silencio imperante. Dudo de si procede de la noche o si es mi propio silencio interior, ese que aprisiona mi espíritu destartalado y necesitado de una inspección que nadie me va a hacer. La soledad suspira y consigue que mi tristeza no desfallezca. Me voy por el sendero hacia ninguna parte y ella me sigue recordándome que no estoy solo.
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