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viernes, 19 de agosto de 2011
Mi banco del parque (7), por Paco Gómez
Estaba degustando el humo de mi cigarrillo, la soledad me susurraba pensamientos y de pronto un anciano salido de la nada, plantado frente a mí, me pidió fuego. La soledad salió huyendo ante la mirada azul celeste del viejo. Una mirada dulce, pero una firmeza tras sus ojos como yo no había visto jamás. Mientras le acercaba el mechero mi mano empezó a temblar. No me cupo duda de que ese hombre me estaba haciendo algo. Encendió su cigarrillo sin dejar de mirarme. Cuando la aprensión se apoderó de mí, no tuve otro remedio que cerrar los ojos. Al abrirlos, el anciano estaba a trescientos metros, dándonos la espalda, a mí y a la soledad, que le contemplaba impertérrita dando a entender que al viejo no le había dado tiempo a recorrer tanta distancia. Me chocó que no lo comprendiera, ella que había desaparecido y vuelto a aparecer en décimas de segundo. Y allí quedé en mi banco del parque, reflexionando sobre quién era más inquietante, si la soledad o el anciano.
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