Los anaqueles de mi inventario están llenos de experiencias que han ido conformando mi personalidad a base de cincel. No siempre sigo pautas derivadas de este a veces absurdo almacén, pero esas vivencias acaban igualmente en esos anaqueles en los que se acumula el polvo. Un bagaje absurdo si pensamos que solo existe el presente, si sabemos que lo único cierto es la muerte, si creemos, como es mi caso, que la vida nos ata con riendas a veces no deseadas, pero necesarias para conservar la cordura.
Lo que queda cuando alguien ya no está son recuerdos. Hologramas que reaparecen en nuestra memoria de acceso aleatorio e inoportuno a veces. Imágenes veladas de vivencias que quedan indelebles en algún rincón de la complejidad de nuestros sentimientos. Y también palabras, palabras que no se llevó el vientos y quedaron aprisionadas para reverberar eternamente en las mentes de quienes tuvieron relación con la persona desaparecida.
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