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lunes, 14 de septiembre de 2009

Vida nueva, de Paco Gómez

Pues sí, vida nueva. Después de seis años en Algeciras, regreso a Madrid, a mi Madrid, del que me fui por capricho al sur, al que vuelvo también por capricho, porque lo echaba de menos, porque nací aquí y aquí es donde me apetece vivir ahora.

He estado trabajando seis años en un Instituto de Secundaria de Algeciras. El primer año no tuve vacaciones porque monté un Ciclo de Grado Superior yo solito, sin apenas ayuda de nadie. A partir del segundo estuve como Jefe de Estudios hasta junio de este mismo año. Trabajé de mañana y tarde, con un solo mes de vacaciones como todo quisqui. Me dejé la vida y varias cosas más allí. No esperaba agradecimientos pero tampoco el rechazo de ciertas personas que, por cierto, son las más acomodadas y las más envidiosas. Pero, en fin, allá cada cual que ya somos todos mayores.

El ir desde Madrid hasta cualquier otra ciudad de la geografía española a vivir, choca. Por muchos motivos, pero principalmente porque en la capital hay de todo y en Algeciras hay muchas carencias. Es sorprendente que una ciudad más grande que Cuenca y Soria juntas no tenga una librería en condiciones. No hay un cine, ni un teatro, ni tantas otras cosas. Se echan de menos eventos culturales. Por lo demás, Madrid es abierto, cualquiera que venga aquí a vivir es inmediatamente considerado como de aquí, lo que no ocurre en otras ciudades donde el carácter es más cerrado. Además el ritmo es otro, más rápido, se pueden hacer más cosas. Siempre me llamó la atención el que las colas se hacían interminables porque los clientes de un banco se ponían a charlar con el cajero de los niños o de cualquier otra cosa.

Pero, cómo no, también echo de menos Algeciras. El clima es envidiable. A estas alturas ya tenemos frío en Madrid. Y el entorno paisajístico es inigualable, el de los alrededores, no el de la ciudad, ya que uno puede pasear por ella y no ve el mar en ningún momento debido a las grúas del puerto. Y aunque tiene su encanto tomarse un café en la calle Convento o pasear por la Plaza Alta, no debemos dejar de ver que la ciudad en sí, en la que han demolido todas las casas antiguas, no tiene mucho que ver. Pero, claro, al final, muy en el fondo se la coge cariño. Y uno también echa de menos a los amigos que ha dejado por allí, mucho.

Así que aquí estoy, en mi antiguo barrio, en el que la geografía humana ha variado considerablemente como consecuencia de las avalanchas de inmigración de estos últimos años. En el que los locales, las fruterías y droguerías de toda la vida, han sido reconvertidas en viviendas. Pero en el que, en el fondo, todo sigue igual.

Ahora trabajo en un instituto en el que no conozco a nadie y me alegro de que así sea. Me apetece el anonimato y trabajar de profesor, que es para lo que oposité. Y olvidarme un poco de todos los problemas que acarrea ser Jefe de Estudios y de ser el centro de críticas y conspiraciones.

Y, entretanto, el miércoles empiezo un curso de relato policíaco. Y el lunes, otro de historia de la novela negra. Ventajas de residir aquí, aunque con Algeciras en mi corazón.

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