Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

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El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
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viernes, 22 de abril de 2011

De los antecedentes de plumillas y juntaletras, de Paco Gómez Escribano

Recuerdo una entrevista que le hicieron a un escritor de cuyo nombre no quiero acordarme. Es muy mediático, vende y tiene prestigio. Desde mi punto de vista, sus novelas son una basura. El escritor, cuya vanidad flotaba por el plató de televisión y de espesa se podía cortar con un cuchillo, describía su niñez en la República. Sus padres eran cultos cultísimos, por tanto se crió entre los anaqueles de los numerosos muebles (de maderas nobles, se entiende) que albergaban miles de libros en su casa céntrica de Madrid, escuchando, ya desde su más tierna infancia a Bach, a Beethoven y a Vivaldi. El susodicho decía que, criado en ese ambiente, estaba llamado a cumplir un destino inevitable: el de ser escritor. En ese momento comprendí que, a pesar de ser yo un crío que hacía mis pinitos en la lectura, jamás llegaría a escribir nada digno, cómo iba a ser posible siendo mi niñez tan distinta a la del literato.

Por aquel entonces, yo comía judías y lentejas. Mis padres eran buenísimas personas, pero claro, él era soldador y mi madre ama de casa. Lo que sonaba en mi humilde hogar, no era Wagner, sino Juanito Valderrama y Antonio Molina, de los que mi viejo era gran admirador. Si se me rompía un pantalón, pues me ponían un parche. Mis padres no asistían a cocktails sino al bar Joavic a tomar cañas y en casa se bebía vino a granel con casera. En mi barrio no había ni farolas ni calles, sino oscuridad y barro o polvo, dependiendo de la estación. Yo no tenía chófer ni criadas. Cuando queríamos salir del barrio cogíamos la P-9, que nos dejaba en Ciudad Lineal y de ahí al Metro. Tampoco fui a colegio de pago. Las que me enseñaron Geografía y Matemáticas fueron doña Carmen, la señorita Mari Carmen y la señorita María Jesús.

Total, que en mi mente infantil me hice una reflexión: la de que con semejante bagaje yo no ejercería jamás uno de los nobles oficios como el de escritor. Es más. El nota hablaba de “los clásicos”, un concepto que yo no entendí muy bien entonces, ya que citól nombres como Virgilio y Homero, que a mí me parecieron más nombres de pueblo que nombres propios de gente a los que hubiese que admirar. No, definitivamente, yo no estaba llamado a protagonizar ni siquiera una anécdota en ese exigente y glorioso mundo de las Letras.

Es más. Cuando estaba terminando 8º de EGB llegaba el momento de elegir. Optar por BUP, FP o entrar de aprendiz en algún taller. Yo nunca he sido listo para la vida pero sí lo era para estudiar. Mis profesoras recomendaron encarecidamente a mis padres que me llevaran al instituto para realizar estudios de BUP. Pero yo veía que el BUP estaba claramente orientado a realizar en un futuro estudios universitarios. Y yo, en mi entorno familiar y vecinal, no conocía a nadie que hubiera hecho una carrera. Por tanto, la cosa me sonaba a ciencia ficción. Así que decidí hacer FP para aprender un oficio y porque eran unos estudios que no te cerraban las puertas de la Universidad, por si en un futuro me daba la ventolera y hacía una carrera. Escogí electrónica porque me gustaban las bombillas, tal era mi pésimo criterio entonces, que no ha variado mucho con el tiempo. Así que eso hice. Como no era tonto, fui aprobando, pero cómo echaba de menos el no estudiar en profundidad Literatura, Historia, etc, que era lo que verdaderamente me gustaba. No acabé la FP porque entonces estaba yo más preocupado por otras cosas, como por ejemplo ir a conciertos o emborracharme con los colegas, pero esa es otra historia. El caso es que años más tarde terminé FP y me saqué la ingeniería mientras trabajaba, lo cual, creo que no ha influido mucho en mi vocación de escribir, pero ahí queda.

No tuve tiempo de leer ni a Virgilio, ni a Homero ni al padre de Domingo Ortega. Mis emolumentos dependían de la modesta paga que mi madre me entregaba religiosamente cada domingo y que daba para comprar flashs, algunas canicas y tebeos de segunda mano del Jabato, el Capitán Trueno y el Corsario de Hierro, sin olvidar los Clásicos Juveniles de Bruguera y las novelas de Estefanía. Eso sí, me hice socio de la biblioteca del barrio y transité entre anaqueles que no eran de maderas nobles sino de aluminio gris, cuyas baldas estaban unidas con tornillos oxidados de los altos hornos de Bilbao. Y me leí todo, si bien los libros no olían a imprenta, sino a un aroma rancio que supongo era una mezcla de humedad y sudor de manos que antes habían pasado todas esas páginas. A algunos les faltaban hojas y otros alojaban dibujos semejantes a los que habitan los urinarios. Pero enseguida vi que más importante que el envoltorio era el contenido.

Sorprendentemente ahora escribo y sigo leyendo como un jodido poseso, eso sí, elijo; porque, de forma increíble y aun con mis antecedentes, poseo un criterio. Eso sí, ninguno del nota al que aludía al principio. Porque aun con sus referencias que para mí hubiera querido y con perdón, sus novelas son una mierda.

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