Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

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El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
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jueves, 19 de febrero de 2009

Córdoba la guionista, de Paco Gómez

El cauce del Guadalquivir fluía sin darse cuenta de que lo estaban observando desde el Puente Romano. Las aguas estaban tristes, casi muertas, fluyendo por la fuerza de la inercia más tediosa. Y esos dos pares de ojos, sin embargo, miraban el cauce con una ternura que nacía desde lo más hondo de las almas de los cuerpos que los albergaban.
Y ellos dos, a la vez, no eran conscientes de que Córdoba les miraba a ellos. Y que les ofrecía sus calles, su magia, su embrujo y su alquimia, incluso su puente romano. Córdoba se había olvidado de todos los demás, sólo tenía ojos para ellos. Por eso sentían un empellón de energía que no sabían de dónde venía. Estaban pletóricos, eufóricos y a la vez con una serenidad que les daba templanza impertérrita, orgullo inyectado e imperturbabilidad despreocupada. Por eso miraban el cauce y la Ciudad Califal les miraba a ellos, sólo a ellos. Tenían la suficiente entereza para repartir la ternura de sus miradas entre el cauce, la vegetación, las orillas, los molinos y los tejados de las casas centenarias. Y Córdoba tomó los mandos y se erigió en guionista, sólo para ellos, olvidándose de todos los demás. Les preparó escenas inolvidables de caricias que nunca llegaron para sentir la intensidad de su ausencia. Y les proporcionó paseos que una vez hicieron personajes milenarios de leyenda y que nunca después se habían repetido, hasta ahora, en que Córdoba, Córdoba la guionista, les estaba escribiendo el capítulo perfecto y único que no se volvería a reproducir jamás. Y miraban el río y el cielo y los molinos y los tejados y las orillas. Y ella suspiraba y él anhelaba y ella anhelaba y él suspiraba. Sus miradas chocaban y sus alientos contenidos salían exhalados de forma serena e intensa. Y olían los aromas y se sobrecogían con los colores. Hablaban y callaban, escuchaban y sonreían, comprendían, asentían y hablaban. Y callaban. Y miraban. Y el cauce por fin se dio cuenta de que le estaban observando con una ternura fuera de lo común, como antes le habían mirado los personajes milenarios de leyenda y como no le volverían a mirar nunca. Fue entonces cuando el río hizo chisporrotear el agua y el aire se agitó. El pelo de ella se movió ligeramente, lo justo para acentuar su belleza. Él se dio cuenta. Y el puente vibró ligeramente. Y los molinos echaron de menos las aspas robadas o podridas hace tiempo. Y la Mezquita echó de menos al muecín y a sus cantos, pero se conformó con tañidos de campanas y cánticos de la religión nueva.
Cuando abandonaron el puente, se sobrecogieron. Pero Córdoba no quiso acabar ahí el capítulo que sigue abierto en otra ciudad. Su ciudad. La de ellos.

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