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jueves, 6 de mayo de 2010

Tontocracia, de Paco Gómez

El señor Pedro G. Cuartango me resulta genial en la generalidad de sus artículos en prensa. Pero el pasado miércoles estuvo particularmente acertado en su columna de El Mundo, titulando el artículo como “La tontocracia o el triunfo de los idiotas”, título que también lo podría ser de un ensayo o de una novela que describiera lo que está pasando desde hace tiempo en este país.

Don Pedro centraba sus razonamientos en la figura de Belén Esteban, ejemplo vivo del triunfo de la nadería y la vaciedad, aunque el personaje no es único en su especie. No hace falta nada más que poner la tele para ver que en ciertas franjas horarias (cada vez más ampliadas) no hay otra cosa que no sean programas del corazón con gente sin ningún mérito académico o profesional, dando gritos, insultando y bordando eso de ser vulgar y soez.

Don Pedro no especifica la causa de este auge de la banalidad pero concluye que la sociedad de hoy está fascinada por la vulgaridad y la trivialidad de estos personajes que se convierten en millonarios sin ningún esfuerzo intelectual o profesional. Los periodistas que conducen los eventos se ponen serios, como si tomando esa actitud quisieran vestir de intelectualidad los pseudodebates que patrocinan todas las cadenas, consistentes en la pareja cubana de una vieja gloria o en el divorcio de un famoso torero.

Suscribo la totalidad del artículo y reclamo una legislación que prohíba de una vez la emisión de estos programas que tanto daño hacen a jóvenes y mayores; luego nos quejamos de que no hay educación pero, mientras tanto, ponemos como ejemplos a seguir a nuestros jóvenes a toda esta caterva de caraduras. Tiene narices que cuando teníamos una sola televisión la programación tenía mucha más calidad que ahora (valgan dos ejemplos: “La clave” y “Estudio 1”).

Ya está bien de creer que en democracia vale todo. No, en democracia no vale todo, en democracia debe haber leyes que se cumplan en beneficio de todos los ciudadanos. Y está claro que este tipo de programas no beneficia a nadie, salvo a los desalmados propietarios de las cadenas y a los lequios de turno.

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