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jueves, 13 de octubre de 2011

Mi banco del parque (44), por Paco Gómez

La cordura es una cualidad humana inagotable. Así debe ser porque cuando creo perderla por completo siempre queda una mínima reserva que te hace caminar por la vida, aunque sea por su lado salvaje. Es esa pequeña cuota de sensatez que te hace dirimir lo que está bien y lo que está mal independientemente de si es o no correcto. No sé si es sensato venir cada noche a este banco del parque para compartir tiempo y espacio con un ente que dice llamarse soledad mientras veo danzar sombras y espectros. Seguramente rebasé una línea hace tiempo, un punto de no retorno que me hace venir aquí y desnudar mi alma. Enciendo un cigarrillo después de tocarme el ala de mi sombrero para saludar a mi dama. Ella hace el mohín que indica que se alegra de verme, incluso me reprocha que hoy he venido más tarde. Sus palabras suenan rebotando en las paredes de mi espíritu atormentado y maltrecho. Suena una música lejana de cuando todavía era un hombre; una música que solo yo escucho en los momentos menos indicados. Una lágrima resbala por mi mejilla y caería al suelo si no hubiese quedado atrapada en mi barba de tres días. Mis reflexiones son inservibles en esta noche sin luna y sin viento. El parque vuelve a parecerme un cementerio sin tumbas que huele a muerto. Me quito la ropa y la arrojo contra las sombras. Huyen despavoridas como si fueran un enjambre de abejas enloquecidas, pero vuelven y me rodean. Me recriminan mi actitud. Me invitan a bailar con ellas su danza macabra sin sentido. Pero esta noche no estoy para bailes. Esta noche llena de silencio mis entrañas. Apago el cigarrillo y me tumbo sobre la tierra. Este cementerio ya tiene su tumba y su muerto.

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