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jueves, 15 de julio de 2010

El humo en la botella, de Juan Ramón Biedma, por Paco Gómez

Lo he dicho muchas veces. Uno tiene sus escritores de referencia. Pero siempre se van descubriendo otros nuevos. Las formas de llegar a una novela serían motivo para componer un ensayo. Llegué a Juan Ramón Biedma gracias al blog de Pedro de Paz, de cuyo criterio me fío, que un día anunciaba el cercano lanzamiento de “El humo en la botella”. Pedro hablaba del escritor y alababa su estilo sin cortarse un pelo. Provocó mi curiosidad y así, me fui hasta su página web y empecé a recopilar información. Al saber que la editorial era “Salto de página”me dije que me haría con el libro en cuanto me fuera posible, a pesar de la cola de novelas que tenía para leer. Los de “Salto” se han consolidado con un catálogo de títulos estupendo. Además, cuidan la edición como nadie. Han conseguido encorsetar sus novelas bajo un formato agradable y reconocible para el lector, que sabe cuando tiene un libro en la mano de qué editorial es sin mirarlo. Todas la novelas son iguales pero, a la vez, cada una es distinta, en función de la colección a la que pertenezca y al autor que la escribe. En ese aspecto han triunfado. Tienen el detalle de regalar con cada libro un marcapáginas serigrafiado con motivos de la novela y el autor. Y lo más importante, no he leído ni un título que sea mediocre, todos son sensacionales.

Vi la novela en la caseta de la editorial, en la Feria del Libro de Madrid, cuando aún no estaba en las librerías y la estuve ojeando. Me dijeron que se presentaba en la Casa del Librocierta mañana y no pude acudir porque había quedado conFrancisco José Jurado para que me firmara un ejemplar de Benegas. Finalmente, unos días después, volví a la caseta de “Salto” y Juan Ramón Biedma me firmó mi ejemplar.

Empecé a leer y enseguida me di cuenta de que tenía entre las manos una novela distinta, marcadamente de autor. Juan Ramón habla de locos, de dementes y del comportamiento delictivo de éstos como consecuencia de su locura, aunque a veces parece que algunos de los personajes han llegado a la locura por la autopista de la delincuencia. En cualquier caso, todos esos dementes habitan unas calles de una Sevilla nada habitual, de paisajes oscuros y sórdidos; una Sevilla en la que cada dos por tres se va la luz (supongo que esto es una crítica real ya que Juan Ramón es sevillano y habrá sufrido los diversos apagones en la ciudad), aumentando esa atmósfera pesada y lúgubre; una Sevilla plagada de ruinosos manicomios regentados por oscuros religiosos sospechosos de hacer toda clase de experimentos con los enfermos.

La novela se arma a partir de tres personajes: Peña, Ana Mengele y Joaquín Anube. Estos treintañeros llevan toda su vida entrando y saliendo de centros de salud mental y al final se juntan y llegan a la conclusión de que deben hacer algo para rehacer sus vidas. Y se plantean un secuestro, el del hermano de Eme, otro de los personajes que escapa de una residencia de enfermos mentales como consecuencia de recibir una novela escrita muchos años atrás por un compañero de su abuelo, que también era un loco. Eme tiene algo con Peña desde que tenían doce años y ella con él. Sus caminos vuelven a cruzarse y al final Eme participa en el secuestro, un secuestro cutre y desorganizado, para eso ha sido planificado por dementes que a la vez son delincuentes de baja estofa. Las entradas de un blog que administra otro demente se van colando como cuñas entre los capítulos del libro. Y, finalmente, hay un detective contratado por Víctor Tobasa, el hermano de Eme, que es contratado para encontrar a éste. El detective, Set Santiago, no está loco aunque le falte poco. Es un abogado sin éxito que, sin embargo, tiene una hija,Austria, cuya vida está claramente marcada por la esquizofrenia que sufre, que la lleva incluso asesinar a gente acompañada por un compañero de clase que está fascinado por su comportamiento.

Joaquín Anube se relaciona con el Manzano, un antiguo compañero del colegio que es yonki y que no está muy cuerdo como consecuencia de las drogas. Juntos planean otro golpe, un atraco muy mal organizado.

Juan Ramón Biedma escribe bajo el punto de vista de los locos, sencillamente narra unos hechos y hay momentos en que me costó leer muchos capítulos porque me hacían daño. Dichos capítulos están exentos de moralidad o cualquier otra consideración. Creo que Juan Ramón está obsesionado con cierto tipo de comportamientos y ha creado personajes que los encarnen, pero no los juzga, es más bien al contrario. Porque por muchas maldades y tropelías o acciones sin sentido que se cometan, al final el lector se identifica con esos personajes que, en definitiva, son víctimas, y odia a esa sociedad de personas normales hacia la que hay una crítica implícita feroz.

El estilo de Juan Ramón es directo y le gusta jugar con los nombres y hacer guiños. El apellido Mengele es ilustre, como significativo es el secundario Ygor, tocayo de aquel personaje de Mary Shelley en Frankestein. Guiños como el que hace a la escritora Mercedes de Castro, bautizando a otro personaje secundario con su nombre y apellido.

Me parece que Juan Ramón no está nada de acuerdo con esa medida progresista que dejó a España sin manicomios y condenó a miles de enfermos y familiares a convivir con situaciones límite, con esos enfermos medicados en casa cuando antes estaban en centros mejor o peor atendidos, pero vigilados. Manicomio, palabra proscrita que no ha desaparecido del diccionario pero sí de los procesadores de textos.

La novela es terrorífica, cruda y hace reflexionar. El escenario es Sevilla, pero podría ser cualquier ciudad grande encarnada como un manicomio global en que los enfermos vagan a su suerte por unas calles inhóspitas.

Una novela altamente recomendable, por lo que cuenta y por cómo se cuenta. Aunque armaos de valor y de una buena iluminación para leerla. Protegeos contra el miedo.

Juan Ramón Biedma: Nace en Sevilla, estudia Derecho, y se dedica durante años a la gestión de emergencias, actividad que ha compaginado con la de locutor de radio, guionista, crítico musical y cinematográfico, así como con la colaboración en diversas antologías —Libertad condicionada y otros relatos, Guernika variaciones...— y publicaciones. El manuscrito de Dios, mención especial del jurado en el II Premio de Novela fallado por la Semana Negra de Gijón del 2004 y finalista del Memorial Silverio Cañada, supone su debut en el campo de la novela, iniciando una trayectoria que se vería continuada con El espejo del monstruo, El imán y la brújula, —obra por la que ha obtenido los premios Novelpol y Hammett a la mejor novela policíaca publicada en 2007— y El efecto Transilvania. Su última novela es El humo en la botella.

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