“No hay principios. Ni siquiera finales”. Primer axioma de la cerveza-ficción, según Salem. Un genio a mi entender busconiano, que no bukowskiano.
Catorce relatos o trece más uno en los que perderse por el mundo de Salem. Un mundo donde los personajes interaccionan, se mezclan, se agitan, bajan y suben como la espuma de la cerveza-ficción.
Sus cuentos tienen ese sabor agridulce de los manjares chinos. Invita al lector a sumergirse y bucear por acantilados de arrecifes donde hay tiburones hambrientos de vida y pirañas que devoran la existencia, para descarnar la ternura de seres que tienen un pasado, pero viven un presente que les tocó en suerte.
Relatos que desgarran, haciendo pensar que no hay cielo o simplemente que “el cielo está en otra parte”.
Salem es un poeta cuentista o un cuentista poeta que nos deja palabras llenas de luz y frases que dictan sentencia de sentido común, mientras el mundo gira, girando detenido. Un mundo lleno de majaras y vampiros al atardecer de días que caminan hacia un destino que nunca se equivoca, o tal vez sí.
Tengo que confesar que a mí también me llaman POE, de poeta, y aunque no soy el POE de los relatos de Salem, estoy harta de majaras y de lugares que huelen a tiempo encerrado.
Por cierto, yo también lloré con Terminator 2.
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