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lunes, 7 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (47), por Paco Gómez

Al salir de mi casa me ha ocurrido algo insólito: se me había olvidado el camino del parque. El que ello ocurriera era harto improbable, ya que cada noche me dirijo a ese parque en una cita ineludible. Fui presa de un ataque de ansiedad cuya sensación desconocía. Volví una y otra vez al portal para volver a iniciar el camino, pero el resultado era el mismo en todas las ocasiones. Había perdido la memoria. Extraño este mundo y extraña mi percepción, ya que yo seguía siendo el mismo, recordaba todo excepto el camino hacia mi banco del parque. Finalmente, me vi vagando por las calles con un estado de nervios agudo. En cada banco buscaba a la soledad inútilmente. Incluso pregunté a varias personas que me tacharon de loco, por la forma de preguntar y también porque no sabía dar un nombre o una referencia. Acabé agotado y entré en un bar que estaba cerrando. Pedí una copa de whisky. Me caí de la silla al observar que quien me la sirvió tenía el rostro de la soledad con un matiz de desconcierto. Empecé a temblar descontroladamente. Poco a poco me fui calmando y al abrir los ojos y escuchar el ulular de la lechuza comprendí dónde me encontraba. Encendí un cigarrillo y la soledad me susurró al oído un lamento que me sonó a quejido. En mi mente se fueron formando las frases inconexas de lo que me quería decir. Me dijo que danzar con las sombras no me hacía bien. Y que tampoco me beneficiaba albergar tanta pena y tanta melancolía. Apagué el cigarrillo por la mitad y contemplé la luna llena. Me dieron ganas de aullar como una alimaña. En lugar de eso me levanté y empecé a caminar. Cuál no sería mi sorpresa después de media hora cuando caí en la cuenta de que había olvidado el camino hacia mi casa.

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