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martes, 10 de noviembre de 2009

Agravios comparativos en divorcios, de Paco Gómez

El Sistema Judicial Español se deriva de una dictadura de cuarenta años y, en algunos casos, hay leyes vigentes anteriores al periodo mencionado. Otras, afortunadamente, han cambiado. Ni qué decir tiene que tanto en la república como en la dictadura, la situación de la mujer no era la más adecuada. No había igualdad con respecto al hombre, hecho que, afortunadamente, ha corregido la democracia. Hoy, la mujer tiene los mismos derechos que el hombre, al menos teóricamente. Y, en algunos casos, tiene más, lo que ya no me parece tan adecuado. Antiguamente la mujer se casaba y, en la mayoría de los casos, dejaba el trabajo para entregarse al cuidado de los hijos y del marido. Era lógico pues, que las leyes protegieran a las féminas en caso de separación con pensiones compensatorias y por hijos.

Pero actualmente los hábitos han cambiado. Tanto el hombre como la mujer estudian y trabajan, desarrollándose ambos como personas. Y, sin embargo, cuando hay divorcio, es el hombre el que se queda sin casa, sin hijos y sin la mitad o más de su sueldo, hecho a todas luces injusto.

La mujer se queda con la casa en más del 95% de las sentencias y, por tanto, también con la custodia de los hijos. En 2008 unos 80000 hombres abandonaron su hogar al divorciarse y el 80% no pudo pagar una vivienda nueva, terminando en pensiones, en casa de sus padres o en campings.

Pongamos un ejemplo: un hombre cuyo salario sea de 2000 euros (que no todos ganan eso) y que tenga que pagar la mitad de la hipoteca del piso en el que ya no reside, pongamos 500 euros. Que además tenga 2 hijos y que tenga que pagar 400 euros por cada uno de ellos. Si obviamos la pensión compensatoria, este hombre dispondría de 700 euros para subsistir.

Según están las cosas, un divorcio tiende a ser un premio para la mujer y un castigo para el hombre que, desde luego, pierde automáticamente el derecho a ser feliz con otra pareja en una casa nueva. Sencillamente, no puede volver a rehacer su vida. Y si la rehace, más vale que no tenga más críos y, desde luego, que ni se le pase por la cabeza volver a divorciarse.

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