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miércoles, 10 de junio de 2009

Un día cualquiera, de Paco Gómez

Hay días en que, sin esperarlo, uno recibe buenas noticias. El día ha sido normal, el habitual trabajo en el insti y vuelta a casa. Hoy me apetecía siesta, así que me la he permitido. Y luego de relax, me he puesto ropa cómoda, me he agarrado “Ojos de agua”, de Domingo Villar, y a leer sentado en la terracita de Montes acompañado de un café con leche y un pitillo. Bien es cierto que luego he pasado por el supermercado y ya sabéis, leche, fruta, etc., actividad que me resulta un auténtico coñazo, pero así es la vida. Luego me he sentado frente al portátil y he retomado mi novela, de la que ya llevo escritas 387 páginas y que tengo próxima al desenlace final. Y en éstas que recibo un correo del Centro de Estudios Poéticos de Madrid en el que me anuncian que mi poema “Muero” ha quedado semifinalista en su concurso de entre cientos de poemas participantes y me piden autorización para publicarlo en una antología. ¡Bingo! Así que voy a celebrarlo cenando algún delicatessen mientras me veo algún video musical.

Aunque ya publiqué el poema tiempo atrás en el blog, os lo dejo por si no lo leísteis y me contáis qué os parece. Espero que os guste.

Muero un poco cada día,

si te veo triste,

si no remontas el vuelo,

si veo tus lágrimas,

si no contemplo tu alegre sonrisa.

Muero cuando te asaltan oscuros pensamientos,

cuando me miras

desde el fondo de tus sentimientos,

desde el interior de tu tormenta,

cuando se desata el fuego.

Muero en la tristeza de tus ojos,

en el despertar de tu dolor incierto,

en los recovecos de tu pena,

que se va por los rincones

de la calle de la tristeza.

Muero en el tren de tu melancolía,

en el valle de tu alegría dormida,

en el fondo de tu corazón dolorido

que late con cadencia abatida,

entre oscuras tendencias.

Muero, sí, me muero,

cuando escucho tu voz cansada,

cuando te veo apesadumbrada,

por esos sueños fallidos

que te dejaron frustrada.

Muero en cada mirada apagada,

en la ausencia de tu regocijo,

en tus ausentes atisbos,

en tus caricias veladas

que se pierden en el olvido.

Muero, me muero de forma insuficiente,

capto el maremoto de tus dudas,

dudas pasadas y presentes,

que no dejan vivir,

que no tienen fin.

Muero en cada lágrima,

en cada frustración,

en cada sonrisa malograda,

en la avenida del amor

de las farolas apagadas.

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