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martes, 13 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (28), por Paco Gómez

Esta noche el escenario del parque está lleno de matices. La luna está casi llena, lo que propicia el canto de los grillos y el ulular de la lechuza. Enciendo un cigarrillo y me retrepo un poco en el banco. La soledad está nerviosa. No le gusta que haya tanta luz, tanta actividad nocturna y, lo que es peor, las sombras, los espectros y otras criaturas de la noche que poco a poco van haciendo su aparición. Mientras apuro el cigarrillo calada a calada, noto que me pesa el alma. Este espíritu mío tan desolado no levanta cabeza, algo que ya me es del todo indiferente. Reflexiono sobre los insustanciales acontecimientos del día, inútilmente. Intento vislumbrar el día de mañana, pero una espesa niebla gris en mi cabeza me lo impide. No hay mañana y mi hoy ya pertenece al pasado. Solo existe este parque, este momento que hace que mis sentidos se agudicen o se atrofien dependiendo del momento. Las sombras bailan una danza macabra mientras los espectros las contemplan impertérritos. La soledad hace un mohín que expresa incertidumbre. Yo sencillamente observo y aprendo, no vaya a ser que el día de mañana yo sea una sombra o un espectro. Mis pensamientos estériles vagan por el entorno y me pregunto si no son ellos los que mueven a esas criaturas nocturnas. Nunca lo sabré porque, aunque intento dejar la mente en blanco, no puedo. Es imposible parar el baldío baile de ideas. El jodido flujo de pensamientos hieráticos yermos. Veo de lejos a la soledad en un episodio de percepción sorprendente. Me observa con mirada iracunda y recriminatoria. Cuando quiero darme cuenta, me sorprende estar bailando con las sombras.

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