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martes, 20 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (33), por Paco Gómez

El misterio de la noche se me antoja insondable. Como insondable es el secreto que se aloja en mi interior. Durante el día me dedico a no existir para acabar viniendo a este banco del parque en el que en teoría me siento y observo. Y en parte así es, pero los que me conocéis sabéis que en realidad vengo aquí para sentirme vivo. Vengo porque tengo una cita con una dama muy especial. Hoy ella ya estaba sentada cuando yo he llegado y me he encendido mi cigarrillo. La noche es especialmente silenciosa. Ha llovido durante todo el día, barriendo la polución de un plumazo, lo que propicia que se vean unas cuantas estrellas escoltando a la luna, que está en cuarto menguante. Este extraño silencio me desconcierta, me duele. No escucho el canto de los animales ni la danza de las criaturas de la noche. A lo lejos veo transitar a un hombre con gabardina y sombrero calado. La distancia es grande como para que repare en mí. No obstante se lleva la mano al sombreo y se toca el ala a modo de saludo. Siento un escalofrío y me entran ganas de seguirle pero la soledad me toma el brazo. En un susurro me dice que es una trampa, que el que nos ha saludado no es una persona. La creo. Nunca hay nadie en el parque salvo los habituales. La soledad me explica que hay criaturas que se muestran como personas, pero que en realidad no lo son. Le agradezco el detalle mostrándole lo que pretende ser una media sonrisa y apago el cigarrillo. Me descalzo y hundo los pies en el barro. Solo entonces escucho el canto de los grillos y el ulular de la lechuza. El silencio se rompe y mis pensamientos empiezan a fluir a velocidad vertiginosa. Unos pensamientos tan inútiles como la inexistencia de cordura. Las sombras, que antaño me acechaban, inician su danza macabra. Huele a tierra mojada, a cementerio encantado, a poemas muertos. Me observo a mí mismo sentado en el banco junto a la soledad. Mi perspectiva es ahora la del tipo del sombrero.

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