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sábado, 17 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (31), por Paco Gómez

En el día de hoy, diversas circunstancias que no vienen al caso han soliviantado mi agotado espíritu que de por sí intenta sobrevivir maltrecho y herido. De manera insólita, la soledad ya ocupaba su sitio en mi banco del parque cuando he llegado, señal de que hoy me siento más solo que nunca, y ya es difícil. Me acomodo a su lado, le hago un gesto imperceptible a modo de saludo que ella interpreta de la forma adecuada y enciendo un cigarrillo antes de dedicarme a observar la noche. Suspiro como si el hecho de hacerlo me salvara de descender por un gran abismo que conduce a la nada más absoluta, y quizá sea cierto. El humo cálido del cigarrillo en mi pecho me devuelve a la zozobra de sentirme vivo y ello me reconforta, pues sentir, aunque sea desde la atalaya de la tristeza, me mantiene atado a este cuerpo que ha vivido mejores días. Me agarro a mi baño de luna, frío, que me aporta el punto gélido que necesito en estos momentos. Vomito versos malditos en mi cabeza para intentar parar el vertiginoso flujo de pensamientos infructuosos que torturan mi mente. Son versos que debería plasmar en un papel para dejar constancia de mi precaria demencia, por muchos episodios de cordura que, como adusta patología, combate con la sinrazón más absoluta. La soledad imprime a su semblante un ligero gesto de preocupación; la veo ligeramente turbada. En el fondo, teme que definitivamente tome la senda de la locura más absoluta. Aunque yo sé que eso no sucederá. Sé demasiado bien que la demencia y la cordura han elegido este cuerpo mío cansado ya de tantas vicisitudes como cuadrilátero para sus disputas. Un combate que ninguna de las dos ganará, que acabará en tablas. Una pelea tan eterna como la existencia de mi yo devaluado. Apago mi cigarrillo. Se apaga la luz de la luna y fenecen mis esperanzas vanas de que algún día la luz del sol ilumine mis días.

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