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jueves, 8 de octubre de 2009

Escribir, de Paco Gómez

Escribir es amor, me decía Juan Madrid no hace muchos días. Y en verdad, lo es. El me explicaba la paradoja que supone el que un escritor esté escribiendo en el ordenador frente a su ventana. El escritor escribe sobre la vida, porque le gusta, porque le apasiona. Y, sin embargo, la vida está pasando por debajo de la ventana.
Cuando se escribe, se renuncia a muchas otras cosas. La escritura de una novela son horas y horas de soledad frente a una pantalla. Pero también te da satisfacciones. La soledad no lo es tanto porque al final uno acaba interactuando con los personajes y los lugares de los que escribe. A mí me llena el acto de crear y me sorprende la rebelión de los personajes, que, al final, acaban haciendo lo que les da la gana, llegando a cambiar incluso el argumento de la novela. Uno se apasiona con la historia que está contando y sigue, y sigue, dejando de hacer cosas que le gustaría hacer y que no hace. Y si elige hacerlas en detrimento de la escritura, luego tendrá remordimientos de conciencia del tipo: “¿qué hago aquí cuando podría estar escribiendo?”.

Por eso me lo pienso mucho antes de empezar a escribir una nueva novela porque de una cosa se puede estar seguro: te atrapa. Y como suelo hacer novelas largas me quedo en ese estado durante un año por lo menos. O más, porque a veces me ha pasado que escribir me hace tanto daño que tengo que alejarme. En mi última novela tuve que retirarme. Lo hice en Diciembre, después de una oleada de inspiración en la que era capaz de escribir veinticinco páginas de una sentada. Y no pude retomar hasta junio. Eso sí, cuando la acabas te da la impresión de haber tenido otro hijo o algo así y te quedas muy a gusto. Pero al cabo del tiempo te va atacando el gusanillo y se te va formando una historia nueva en la cabeza que finalmente se traducirá en otra novela. El proceso es irreversible. De la soledad te curas sobre todo si te publican y empiezas a ir a presentaciones y ferias. Lo demás, el amor-odio, las crisis y los torrentes de inspiración siguen ahí. Pero merece la pena. Sobre todo si se consigue vivir de ello, trabajando en casita a tu bola, documentándote y sin horarios. El de escritor, es un trabajo apasionante.

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