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viernes, 2 de septiembre de 2011
Mi banco del parque (19), por Paco Gómez
Veo anochecer en mi banco del parque. Quizá he venido demasiado pronto porque la soledad todavía no ha llegado. Me distraigo en observar a los últimos transeúntes que, con las manos en los bolsillos y mirada huidiza, toman el camino de su casa. Yo también podría hacerlo, pero este banco se ha convertido en mi verdadero hogar. Enciendo un cigarrillo mientras escucho las notas lejanas de un violín. El músico no debe de ser de aquí; solo los centroeuropeos son capaces de interpretar tan delicadamente a Mozart. Poco a poco la noche se tiñe de negro. La música se apaga y es sustituida por el recurrente ulular de la lechuza. A mi izquierda se ha situado la soledad, que ha aparecido de repente y sin decir nada, ni siquiera un tímido saludo. La luna nueva alumbra con luz remozada de sentimientos atroces, los que me atormentan con inútil empeño, los que intentan echar raíces en mi espíritu angustiado. Las estrellas brillan en una ausencia premeditada que conduce a mis ojos hacia una de las farolas oxidadas. Bajo su reflejo observo la comitiva que acompaña a un cadáver que no existe. Los espejismos no son solo consecuencias de lejanos desiertos. Mi vida es un desierto.
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