A veces creo que nada ni nadie podrá ensalmar mi espíritu, hostigado por pensamientos propios y, en ocasiones, también foráneos, de los que no acabo de determinar su origen. En ocasiones, percibo que la soledad se apiada de mí e intenta lisonjearme con palabras mudas llenas de buenas intenciones, pero todo es inútil. Mi alma se encuentra varada en un promontorio de basura abstracto, incapaz de remontar el vuelo hacia horizontes más claros. Sentado en mi banco del parque, con la soledad por única compañía, enciendo un cigarrillo para exhalar el humo hacia el ambiente fresco y plomizo. Mientras mi cuerpo se aferra a este banco, mi espíritu queda lejos, vagando por un valle de sombras en el que predominan el color y el olor a azufre, y también la ausencia de luz. Mis pensamientos caen al subsuelo doblegados por el naufragio de mi propia subsistencia. Estoy dolido conmigo mismo, aunque hace tiempo que olvidé los motivos. No intento recuperar experiencias que alguna vez me parecieron enriquecedoras y que hoy no son nada más que un espejismo que flota en el aire a lo lejos. Solo espero que llegue la noche para camuflarme entre las sombras y no ser visto. Beber del elixir de la inexistencia de remordimientos para poblar definitivamente el valle de las sombras. La soledad me mira con expresión grave y me dice en un susurro que así estamos bien. Pero yo no acabo de creerlo.
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viernes, 23 de septiembre de 2011
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