Estoy cansado de coleccionar episodios vitales infecundos. Al final, después de todo, cada noche acabo sentado en este banco del parque viviendo mi verdadera vida y a mi lado se acomoda la soledad, fiel como un amor verdadero. Enciendo un cigarrillo y sostengo como puedo mis pensamientos en un acto inútil de disciplina fortuita. Calculo que los grillos empezarán a ejercitar su canto en segundos. La luz de la luna tiñe de blanco mis gestos inexistentes que a lo largo de la noche se mostrarán oscuros. La soledad transpira indiferencia y me dice que confía en mí. No sé a qué se refiere y tampoco me importa. Espero como cada noche una solución a esta angustia trascendental que me aqueja. Pero me temo que ninguna luz va a alumbrar el camino que debo seguir, si es que debo seguir alguno. Me temo que estoy condenado a vagar eternamente por este parque y a reflexionar en este banco acompañado por mi dama. El canto de los grillos se mete hasta los rincones más impenetrables de mi alma. El ulular de la lechuza me dice que esta noche no va a ocurrir nada. Para variar.
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miércoles, 7 de septiembre de 2011
Mi banco del parque (24), por Paco Gómez
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