La noche está llena de sombras que no pertenecen a nadie. Las veo deambular constantemente por el parque queriendo pasar inadvertidas. La soledad me enseñó a verlas y a identificarlas por su naturaleza. Normalmente son inofensivas, pero no siempre es así. Enciendo mi cigarrillo y un par de sombras se acercan a la llama. Cuando la apago, se marchan muy rápidamente. Como se marchan más y más pensamientos que no paran de fluir como un estéril crepitar de vibraciones. Tardo en darme cuenta de que la soledad me ha dejado solo. La veo en una farola lejana hablando con las sombras. Se entienden perfectamente, por lo que no es la primera vez que hablan. Ignoro el contenido de las conversaciones. No me importa en absoluto, ¿por qué habría de importarme? No me interesa ni siquiera lo que yo mismo pienso. Lo que siento hace tiempo que dejó de ser importante. Lo que hago o dejo de hacer, aparte de aleatorio es totalmente inútil. La soledad vuelve a acomodarse junto a mí. Me pide un cigarrillo y le digo que los espectros no fuman. He herido sus sentimientos. Y además, ¿qué carajo sé yo de los espectros?
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martes, 6 de septiembre de 2011
Mi banco del parque (23), por Paco Gómez
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