Cuando vengo a este banco del parque por la noche lo hago solo, nadie me acompaña. Y al cabo de unos míseros minutos, desdichados como mi existencia, la soledad se sienta a mi izquierda. Es entonces cuando enciendo mi cigarrillo y noto que no falta nada, ni siquiera mis reflexiones inútiles, mis pensamientos fallidos y mi espíritu atormentado. Así ocurre todos los días y así ha ocurrido hoy. Según va avanzando la noche parece que no pasa nada, y así es en cierta medida, pero cada noche es distinta. Hay matices, como por ejemplo la luz de la luna en función de la cual aparecen más o menos criaturas de la noche de las que ya he hablado, seres de otra dimensión y que sin embargo nos rodean. Me refiero a espectros, sombras y espíritus que en otro tiempo poblaban nuestra dimensión física y ahora permanecen errantes por diversos motivos. Ignoro si cuando yo deje este valle de lágrimas seré uno de ellos, aunque a veces pienso que sí, que tengo demasiado apego a este banco. Que he dejado impregnada aquí toda la sustancia inherente a mi ser. Ya nada me sorprende. Mis expectativas vitales están condenadas al fracaso. Me he convertido en ese hombre que las madres no desean para sus hijos. Soy un alma al que han soslayado su existencia. No quiero morir. No quiero vivir. Mi voluntad pasó a mejor vida en un proceso que ahora ignoro. La soledad se compadece de mí. Y yo le digo que no merece la pena.
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domingo, 11 de septiembre de 2011
Mi banco del parque (27), por Paco Gómez
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