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miércoles, 28 de septiembre de 2011
Mi banco del parque (38), por Paco Gómez
La noche se me ha echado encima de repente, aviesamente. Lo siniestro del día que he llevado no me ha dejado ver la transición del sol a la luna. Me aproximo a mi banco del parque después de haber visto en el espejo mi rostro cárdeno. La soledad no está, lo que no impide que me quite el zapato y me agarre al calcañar de mi pie derecho, que me ha tenido todo el día cojeando. Me alivio con un pequeño masaje mientras escucho el viento desecativo que hace imposible cualquier atisbo de humedad en el ambiente. Me ahoga y no obstante enciendo un cigarrillo justo cuando la soledad se acomoda a mi izquierda y me hace una carantoña coqueta. Le guiño un ojo mientras me retrepo en el respaldo e intento zafarme de esta ansiedad que me asfixia como un parásito entozoario. Inútil empresa la de vaciar la gaveta de mi alma, silente, albergada de un fluido misantrópico que me corroe como un cáncer. Las hojas revolotean ejecutando una danza macabra que se torna recurrente. Apago mi cigarrillo con lágrimas en los ojos. Las sombras y los espectros se retiran en señal de respeto. Estoy de duelo sin que exista un motivo real para ello. A veces este parque se me antoja un cementerio sin tumbas visibles. Quizá fuera un camposanto hace siglos. Y sin embargo, a pesar de las lágrimas, me siento también en él... Me siento vivo ante la muerte, muerto ante la vida, un cadáver viviente que desnuda su alma en este banco en compañía de la soledad, que asiente a mis pensamientos. Ella me comprende. Yo no.
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