Esta noche la luna se oculta tras grises nubarrones que presagian lluvia. Tormenta dentro y fuera de mi estado de ánimo cuya descripción es inenarrable. Enciendo un cigarrillo y me siento en mi banco del parque. No transcurren ni un par de minutos cuando siento que la soledad se ha acomodado a mi izquierda, como cada noche. Mis pensamientos resbalan por mi piel hasta caer al suelo a plomo. Tras un relámpago y un trueno cuyo sonido reverbera violentamente por el entorno, comienza la lluvia. Un chaparrón violento que me apaga el cigarro y que golpea todo lo que se antepone a su paso. Yo me empapo mientras observo que la soledad no se moja ni un ápice; ella es impermeable a las inclemencias del tiempo. Permanece imperturbable mientras mis esperanzas inexistentes se esfuman por los regueros de agua que penetran en la tierra. Parece como si la tormenta hubiese espantado a las criaturas de la noche con el repiqueteo de las gotas de agua que se han convertido en granizo. No hay ni un alma en el parque que se ha convertido en un paraje aterrador. Curiosamente esta noche estoy más a gusto que nunca. Decididamente esta noche la existencia me parece más real que nunca. Me parece perder la escasa cordura que me queda cuando me sorprendo descalzándome y hundiendo los pies en el barro. Inicio una danza macabra que por una sola vez ilumina mi espíritu cuando los retazos de la luz de un rayo entran en mí violentamente. Ya no controlo mi baile. Me muevo sin control de mí mismo con energía vital renovada. La soledad se aleja por una vereda que lleva a ninguna parte. Y yo la sigo sin poder contener esta maldita danza que parece que me ha poseído. El banco se queda vacío.
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miércoles, 14 de septiembre de 2011
Mi banco del parque (29), por Paco Gómez
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