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martes, 19 de mayo de 2009

Déficit de cultura y educación, de Paco Gómez

Ayer vi una pelea en la calle, en pleno centro. Una de las mujeres no llegaba a los treinta y la otra debía de tener “veintipocos”. Bien vestidas, bien peinadas, en fin, aparentemente normales. Pero no lo eran. Lo digo, porque no me parece normal que dos ciudadanas se peleen en una calle principal de la ciudad profiriéndose insultos a voz en grito y dándose como se estaban dando por una cuestión de “cuernos”. Al verlas, no pensé ni en los motivos ni en las circunstancias. Lo primero que se me vino a la cabeza, por las edades de las respectivas, fue el siguiente pensamiento: “Éstas han estudiado la E.S.O”.
Mis padres vivieron la guerra, eran trabajadores honrados. Casa humilde y cultura la justa. Pero me inculcaron algo: educación. Esto, sumado a los currículos que se impartían en E.G.B. y en bachillerato y F.P., hacía que la gente de mi generación saliéramos adelante medianamente educados y en muchos de los casos con estudios universitarios. Entonces, yo me hacía la reflexión de que si con tan pocos medios los de mi generación habíamos sido capaces de progresar, qué serían nuestros hijos, criados en hogares confortables y con padres educados y formados. Hoy lo sé. Salvo excepciones, nuestros hijos tienen la mitad de cultura general que nosotros, y es aventurar mucho. En la mayoría de los casos, no finalizan bachillerato ni van a la universidad. Obtienen el graduado en secundaria a duras penas, y eso el que lo consigue. Los profesores tienen que emplear la mayoría del tiempo en mandar callar, o en controlar que un niño no abra la ventana de una clase y escupa, o en vigilar que un alumno no saque un móvil y ponga música, en definitiva, en intentar erradicar todos los trastornos de conducta con los que los niños llegan a las aulas de secundaria. Y para ello sólo cuenta con la herramienta de su voluntad para intentar paliar toda esta ensalada de desatinos. Salvo raras excepciones, cuando se llama a los padres, éstos acuden al instituto como motos, defendiendo al niño a capa y espada, haciendo culpables del comportamiento de sus hijos a los profesores, que, al parecer, no tienen otra cosa que hacer que coger manía a los niños. Vamos bien.
Ahora se acerca junio y las expectativas son las de todos los años: suspensos a “tutiplén”. Eso sí, los niños tendrán sus “plays”, sus motitos de marras nuevas, el último modelo de móvil y el último chándal de “Nike” o similar. Y mientras tanto, hay déficit de médicos y de otras profesiones cualificadas para las que tradicionalmente había excedentes de personal. Pues sigamos así, que así nos lucirá el pelo.

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