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domingo, 19 de abril de 2009

Revoluciones enquistadas, de Paco Gómez

Las revoluciones, ¿son necesarias? Desde luego. Algunas más que otras, otras, innecesarias del todo, pero bueno, se hicieron. El mundo que conocemos es como es merced a esas revoluciones, las que se pedían a gritos y las que se hicieron por la voluntad de unos pocos.

A veces, en determinada época y en determinado contexto geográfico y social surge un movimiento, generalmente de protesta contra la clase o el sistema político dominante. No hay revolución que se precie en la que no haya existido el uso de la violencia, salvo dos o tres excepciones. Valga el ejemplo de la Revolución Francesa: si una panda de incontrolados y harapientos ciudadanos no hubieran entrado a mogollón en La Bastilla el 14 de julio de 1789, las democracias occidentales no existirían tal y como las conocemos. Hubo que cortar algunas cabezas y cometer algunas barbaridades y más de un atropello, de acuerdo, pero la cosa resultó.

Siempre hay cosas por las que protestar, sí, de acuerdo. Pero hay épocas y regímenes mucho más propicios para ello. El que en la España de hoy siga existiendo ETA y gente que les da apoyo ni se entiende ni se comprende por ningún lado. Todas las bandas terroristas o “revolucionarias”, no se vaya a molestar alguno, de Europa Occidental han ido desapareciendo paulatinamente. ETA es un ejemplo claro de revolución enquistada. No estoy justificando su existencia en la dictadura franquista, pero el caldo de cultivo era más propicio, ¿no creen?

El problema de algunos revolucionarios es no saber cuándo parar. Se sienten a gusto viviendo la revolución y se instauran en ese estado irracional. Algunos, cometiendo tropelías sin fin y sacrificando a generaciones enteras, véase Cuba. O véanse las revoluciones de determinados países africanos en donde se derroca a un dictador y el siguiente presidente acaba perpetuándose en el poder duplicando el grado de barbarie de su antecesor. O véanse los Chávez y los Morales, que van de revolucionarios de izquierda de pacotilla, cambiando las leyes electorales para seguir gobernando por los siglos de los siglos en nombre de su narcisismo desfasado.

Hay otras formas de hacer la revolución en democracia. Y de forma más anónima. Y sin matar a nadie ni obligar a un país a quedarse estancado o a acudir a funerales multitudinarios en nombre de independencias o nacionalismos o de narcisismos baratos de salón. A ver cuándo sacan una ley que nos proteja de toda esta panda de gilipollas vanidosos.

 

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